Si eres de los que piensan que el Reino Unido sólo es lluvia, té a las cinco, autobuses rojos y Mr.Bean yendo de un lado para otro, deberías plantearte seriamente ir allí a desprenderte de todos esos clichés. En Gran Bretaña cabe todo lo que imagines, desde ciudades mágicas como Edimburgo o cosmopolitas del estilo de Londres a extensas campiñas verdes y lagos legendarios. Cuna de grandes artistas, estilos musicales o recetas de fama mundial, el Reino Unido sigue siendo un foco de vanguardias tan accesible que perdérselo ahora es algo de lo que arrepentirse profundamente en el futuro.
Puedes ir a Irlanda con la ilusión de ver un montón de pelirrojos vestidos de verde y no sentirte decepcionado a pesar de no encontrártelos más que un día al año. El norte británico es un lugar ciertamente apetecible para los amantes de las ciudades de cuento, los pueblos con encanto, la naturaleza más fresca y la cerveza negra servida en pintas, entre otras delicias. Todo este repertorio turístico, sumado al carácter afable y hogareño de los irlandeses, hace de esta tierra un destino excepcional para aprender inglés y hablarlo, además, con un gracioso acento.
Hace años, a raíz de un partido de fútbol, miles de españoles supieron por primera vez de la existencia de Malta y desearon visitarla para presumir de la soberana paliza lograda; actualmente, es un destino predilecto para aquellos que quieren mejorar su inglés en un entorno más mediterráneo y, entre lección y lección, disfrutar de grandes fiestas de ambiente internacional. Este pequeño archipiélago constituye una suerte de oasis con un pedacito de cada civilización que pasó por ella, y que va adoptando poco a poco, gracias al turismo y los nuevos habitantes llegados de todo el planeta, nuevas características demográficas y culturales.
El gigante norteamericano, que tenemos presente allí donde posemos la vista, es tan heterogéneo y ecléctico que deberíamos dedicar un apartado a cada estado. En cualquier caso, visitar cualquiera de ellos es una experiencia de grandes proporciones que le hace sentirse a uno como en una producción de Hollywood. Desde playas peliculeras como las de California o Florida a ciudades descomunales como Nueva York o Chicago, todo resulta familiar y al tiempo insólito, lo que se traduce en una sensación indescifrable, pero emocionante.
Canadá es una gran opción para aquellos que desean explorar las Américas sin añorar en exceso la idiosincrasia y estilo de vida de Europa. Y es que Canadá, a pesar de la cercanía de su poderoso vecino, posee un sabor único y peculiar que no pasa desapercibido. Aparte de los lagos, bosques y cabañas que nos evoca su nombre, el segundo país más grande del mundo ofrece ciudades infinitas y sofisticadas, espectáculos naturales inigualables como las cataratas del Niágara y la hospitalidad cordial que gustan de cultivar los canadienses. La emoción por visitar lugares tan especiales como Toronto, Montreal o Vancouver hace que cruzar el Pacífico sea un trámite insignificante.
El esfuerzo que conlleva recorrer medio mundo se diluye rápidamente cuando uno llega a Australia y contempla el mundo fascinante en el que acaba de aterrizar. Aunque es el sexto país más grande del mundo sólo viven en él la mitad de personas que en España, por lo que ofrece una cantidad ingente de territorio virgen que lanzarse a descubrir y explorar. La mezcla de las tradiciones aborígenes, muy respetadas, con la modernidad y las vanguardias que se encuentran en grandes ciudades como Sidney o Canberra, supone un cóctel excepcional que saborear poco a poco y sin prisas.
Nos referimos a ella como “las antípodas” con cierta inquietud, tal vez temiendo que allí los habitantes caminen sobre la cabeza, hablen al revés o se alimenten de un modo escatológico; nada más lejos de la realidad, Nueva Zelanda es otro de esos paraísos de paisajes cinematográficos cuya calidad de vida invita a instalarse y disfrutar de todo lo que ofrece. Mientras que en la isla septentrional se encuentran los núcleos urbanos y más desarrollados, en la meridional reposan con solemnidad cientos de espacios naturales que sobrecogen a quienes los expugnan; dos territorios siameses y opuestos al tiempo, un contraste por el que vale la pena pasar un día entero sobrevolando la Tierra.
El hermetismo germano es un mito que ya no asusta a los aventureros que planean dejarse caer por las amplias estepas centroeuropeas. Son tantas las ciudades que deben verse que decantarse por una sola es ridículo: Berlín, la metrópolis por excelencia, Munich, un formidable museo arquitectónico, Dresden y Bremen, con siglos de historia a sus espaldas, Colonia y Frankfurt… Poco importa que no haya mar en Alemania cuando es tanto y tan bueno lo que debe disfrutarse en tierra. Además, la excelente gastronomía y calidad de vida suman más puntos aún a un país que es cabeza visible del continente por méritos propios.
Nuestro vecino del norte ya no despierta los recelos de antaño, cuando pensábamos que lo único que hacían los franceses era comer croissants mientras nos volcaban los camiones de fruta en los Pirineos. La belleza exclusiva de la Costa Azul, los parajes provenzales y el estilo sofisticado de París y otras tantas ciudades, son sólo unas pocas razones para visitar Francia al menos un par de veces. Por otra parte, la unión entre lo más típicamente francés y lo que ha ido trayendo la multiculturalidad es un interesante contrapunto al que prestar atención, y del que mucho puede aprenderse.